Viernes 14 de octubre. No era un día normal, era uno muy diferente al resto. Desde que me levanté muy temprano, respiraba un clima no muy frecuente. Excitación y nerviosismo, dos sensaciones que me rodearon todo el tiempo. El motivo era obvio. Esa noche iba a ver, nada más y nada menos, que a un tal Eric Clapton. Desde hacía ya tres meses que lo estaba esperando. Y así como lo esperé, llegó y pasó todo tan rápido.
Salí temprano hacia el Monumental. El concierto estaba pactado para las 21 y con dos horas y media de anticipación, partí rumbo al estadio. ¡Pero qué quilombo que fue llegar! Ni hace casi una año, cuando fui a ver a Paul McCartney, costó acercarme tanto a las adyacencias de la cancha. Sin dudas que Núñez sufrió un momento de revolución, teniendo en cuanta que en los dos días previos tocó un niño llamado Justin Bieber.
Una vez adentro, todo era cuestión de esperar. Buen recital telonero de "Los Guasones", una banda muy stone, y de la nada se apagaron las luces. Una guitarra con algo de distorción comenzó a sonar, volvió la iluminación de a poco y apareció él... Dios bajó del cielo por un rato, luego de diez largos años, y se presentó: "Good evening!". Ahí empezó a sonar Key To The Highway, un espectacular blues de Charlie Segar.
Pasaron los primeros temas, muy bluseros, y yo pensaba: "¡Qué pedazo de
pectivamente. Quedé boquiabierta y todavía faltaba mucho.
Con Driftin’ y Nobody Knows You When You’re Down And Out, Clapton dio un respiro, se sentó en un banquito y demostró sus habilidades en una guitarra acústica. "¡Qué lo parió!", me decía una y otra vez. A mi gusto, se luce más con este tipo de violas. Tiene una manera bastante particular de tocar. De tan fuerte que le daba, sinceramente, pensé que se le iban a romper cuerdas. Pero no, nada que ver. Estaba completamente equivocado. La hizo hablar.
La gente enloqueció mucho más cuando enseguida interpretó Layla, más o menos a la hora de concierto, uno de los temas más deseados por el público. La descoció. Y ahí arrancaron los clásicos. Badge de su etapa en el trío Cream, Wonderful Tonight (con espectaculares coros de Michelle John y Sharon White), clásicos rescatados como Before you accuse me y Little queen of spade, y el tema que rompió todo y catalogó a la noche, que no mintió, como maravillosa: COCAINE!
Dios saludó y se retiró. Pero ante el pedido del público, obvio, interpretó una pieza más. Fue Crossroads, un clásico de Robert Johnson con el que desde hace años viene cerrando sus presentaciones.
Con el resto de la banda, hizo reverencia y, ahí sí, se fue. ¿Para siempre? ¿Por un largo tiempo? Ojalá que no. Si llega a volver este artista, que hoy tiene 66 pirulos, es altamente recomendable la experiencia de ir a verlo. Sea o no un fanático de sus temas.
A la salida escuché varios comentarios como "Qué tipo frío, no habló nada en español" o "Lo único que dijo fue 'Thank you!'". Por un momento, me paré y pensé. Me hicieron dudar, pero llegué a la conclusión de que esos estuvieron ahí y no entendieron nada. No necesita ser un showman como el mismo Paul McCartney, por ejemplo. Para mí, el tipo quedó difónico. ¿El motivo? Durante casi dos horas se la pasó hablando con la guitarra, su verdadera manera de expresar. ¡Simplemente un genio!
Cuando pueda subir algunos videos a youtube, que son bastante pesados, los mismos serán agregados a este texto.
No está mal, pero parece más un comentario o una crítica acerca del recital que una crónica.
ResponderEliminarReleé. Mirá esta frase: "Ni hace casi una año, cuando fui a ver a Paul McCartney, costó acercarme tanto a las adyacencias de la cancha." Espantosa. Ni siquiera hace un año... podría ser.
En general, podrías haber evitado el arranque autorreferencial que no aporta mucho (estaba nervioso, fui dos horas antes) y reemplazarlo por una descripción más detallada.